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Tocando fondo

Historia de una isla de madera

Tan solo una delgada línea de tierra firme separa al mar Caribe de la gran ciénaga de Santa Marta. Línea que es también carretera del corredero turístico Cartagena-Santa Marta. De lado a lado del asfalto parece que no hubiese sino inmensidad de nada más que agua, pero una resiliente humanidad persiste echada a un lado en las profundidades de la ciénaga.

Un espejo sin horizonte separa del continente a las poblaciones de Buena Vista, el Morro y Cataca. Pueblos que supieron reponerse – salvo Cataca que hoy es un fantasma de sí mismo- a la envestida paramilitar que los azotó en la madrugada del 22 de noviembre del año 2000, dejando decenas de muertos y apurando al resto de sus pobladores a un éxodo masivo que duró meses.

La historia del Morro es bicentenaria y nace con la iniciativa de varias familias de pescadores de asentarse allí donde estaban los peces, sin más. Por su crecimiento en forma circular, gana su primer nombre en alegoría a la isla “el morro” situada en el mar, frente a la ciudad de Santa Marta. Con el tiempo, este tranquilo pueblo de pescadores fue rebautizado por algún romántico -de esos tantos que se la pasan mirando hacia afuera y que abundan en Colombia- como “Nueva Venecia” por sus aires semejantes a los de la ciudad italiana; nombre con el que hoy se lo conoce oficialmente, pero no en el cotidiano.

En el Morro los perros deambulan a nado por sus recodos y la gente camina en canoas impulsados por varas tocando fondo, yendo hacia atrás para impulsarse, como en sus corazones, cuyos relojes se clavaron en ese angustiante 22 de noviembre, que marcó un antes y un después en el alma de la ciénaga.

Nueva Venecia (El Morro) - Gran Ciénaga de Santa Marta, Colombia - Febrero 2016

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